Con más de 500 años de historia, La Trinidad, como se le decía entonces, fue reconocida por Diego Velázquez como la tercera de las villas en la isla de Cuba.
Privilegiada por la historia desde su surgimiento mismo, Trinidad fue punto de arrancada y movilización de Hernán Cortés para la conquista de México y asiento del encomendero Fray Bartolomé de las Casas, el Padre defensor de los indios.
Es también una de las ciudades mejores conservadas en el país y un paseo por sus calles empedradas, con hermosas plazas y casonas amplias, llenas de luz y color, de techos de barro rojizo, puede resultar como un viaje en el tiempo.
Los estilos arquitectónicos que predominan son típicos de Canarias y Andalucía y para Trinidad, cinco siglos de historia no significan decrepitud, por el contrario, es una ciudad que permanece erguida con el orgullo de su pasado, el esplendor de su belleza y la humildad de sus virtudes, mirando el porvenir y abierta al mundo.
Situada al centro sur del país, en la provincia de Sancti Spíritus, a Trinidad se le conoce también como la Ciudad Museo del Caribe.
Acariciada por las cálidas aguas del mar, la villa creció custodiada por el macizo montañoso de Guamuhaya y en las cercanías del Valle de los Ingenios, conjunto fabril que le dio su máximo esplendor en el siglo XIX.
Y hoy, esta ciudad leyenda, recibe a los visitantes con ofertas gastronómicas, culturales y recreativas, que pasan por la preparación de la Canchánchara, bebida típica de los mambises durante las gestas de independencia en el siglo XIX y que se elabora con aguardiente y miel.
Están sus tejedoras y bordadoras, los alfareros, capaces de hacer con sus manos obras de arte y mantienen vivas tradiciones de inigualables encantos.
Precisamente Trinidad aspira a recibir la condición de Ciudad Artesanal del Mundo, por el sello de exclusividad que tienen sus manifestaciones artesanales, secretos que transmiten de padres a hijos para mantener viva una tradición heredada desde el siglo XVI.
Otra de las exclusividades trinitarias es el Museo Romántico, único de su tipo en Cuba, que se erige majestuoso en lo que antes fuera el palacete de una de las más ricas familias de entonces, los condes de casa Brunet.
"Reservar una excursión a Trinidad significa adentrarse en lo más profundo de la identidad cubana, es convivir con su rico pasado, y también con su dinámico presente. Trinidad, además de ser un destino con una impresionante riqueza histórica y cultura, es un destino enérgico, vital, una región donde la cultura sigue viva y activa."
Se trata de una de las joyas arquitectónicas más visitadas de nuestro país, se distinguió en su época como el palacio más bello de Cuba, su construcción comenzó en 1808 y ha devenido en el tiempo, en el guardián de reliquias de la cultura de aquella refinada sacarocracia, con todos los signos del esplendor que rodeaba a esa élite de la etapa colonial.
El Valle de los Ingenios es otro de los encantos de Trinidad, situado a pocos kilómetros del centro de la villa, en una de las regiones azucareras más grandes de toda Cuba.
No eran pocos los hacendados trinitarios que se dedicaban a producir azúcar y lo hacían con mano de obra esclava, era esa la fuente de tanto esplendor.
Idílico por su hermosura, el sistema de plantación azucarera en esta paradisíaca región trinitaria dejó en patrimonio cultural el saldo de 73 sitios arqueológicos industriales con restos constructivos de la arquitectura vernácula adaptada a las funciones y requisitos de la producción azucarera de entonces: casa de calderas, de purga, alambique, almacén, torres y pozos, represas y aljibes, casas de viviendas para amos y siervos, enfermería y cementerios, entre muchos otros que quedan como testigos mudos de cómo se producía el azúcar en Cuba durante los siglos XVIII y XIX.
La torre del antiguo ingenio azucarero San Alejo de Manaca, mandada a construir en la década del 20 del siglo XIX, es otro de los grandes encantos de ese lugar, tiene 43, 5 metros de altura y ha sido seleccionada, de manera espontánea, por generaciones de trinitarios, como uno de sus símbolos más entrañables de esa ciudad patrimonial.
Se trata de todo un complejo monumental en un marco natural, con una extensión de 253 km², y altos valores paisajísticos, que son testimonios de un modo de vida y de producción de la historia azucarera de una región privilegiada, donde confluyeron hombres de diversas etnias y culturas que se unieron en un largo y decantador proceso que desembocó, primero en lo criollo y después, definitivamente en lo cubano.
El historiador Aurelio Gutiérrez González, en su libro Trinidad, dice que “hoy el Valle de los Ingenios puede considerarse como un sistema eco-cultural donde interactúan monumentos, naturaleza y sociedad, por lo cual constituye un objetivo de alto valor turístico”.
La Playa Ancón, de tranquilas y tibias aguas, es otro de sus encantos naturales, con su invitación permanente para la práctica de deportes náuticos, para los que cuenta con 30 puntos especiales para el inmersionismo.
A todas sus historias y leyendas, a la belleza natural de Trinidad les dedican sus tonadas los cantores populares, hombres y mujeres que guitarra en mano, recorren las calles de esta villa, declarada desde 1988 por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad, junto a su Valle de los Ingenios.
Recorrer Trinidad es adentrarse en la historia fundacional de Cuba, un país que desde sus orígenes como colonia española en Las Américas tuvo en el azúcar una fuente inagotable de riquezas, pero tuvo también, las más dolorosas miserias humanas, esas que traen consigo la esclavitud de otros hombres.
Visitar Trinidad es ver con nuestros propios ojos una joya urbanística y arquitectónica de antaño, una ciudad que sin dejar de ser moderna, es sencillamente fascinante.